miércoles, 19 de febrero de 2014

Aún cubres mis ojos con pétalos.

Dejarás que tu mano camine sola, repasando cada punto de este encaje que me cubre las piernas, dejarás que la realidad y la ficción se fundan en veinte nubes rosas cubriendo el cielo dorado, dejarás... dejarás tantas cosas.

Escapé y hasta hoy no he sabido explicarme, no he sabido excusarme y con sinceridad te digo que tampoco he querido hacerlo, porque ni perdí ni gané, simplemente eché a correr calle abajo, tan de noche, con las botas desabrochadas, tan de noche, con las pupilas tan encharcadas que me brillaban los ojos como dos lunas blancas, simétricas y estáticas, fijando la mirada en lo que veía mi mente, y sin ver ni ser consciente de la realidad que atravesaba; con el vestido puesto, con los tacones en el bolso, corro calle abajo deseando llegar al horizonte, a dónde el mundo termina y empieza el final, llegar a la nada donde nada importa.

Entonces un destello me despertó de mi inconsciencia y me detuve quedando a escasos centímetros del parachoques frontal, vi su rostro entre la respiración acelerada y con el corazón en la garganta, vi su rostro y caí de rodillas al asfalto. Nadie vino a socorrerme, nadie recordaría haberme visto; se acerco y tendió su mano mientras me deslumbraban los faros de xenón, le sonreí y no lo podía creer, era un ángel tan real, sus enormes alas blancas, ser alado, que me rescata de esta tormenta que extiende su brazo y me acaricia el corazón, era él, era su inconfundible voz y su inconfundible belleza la que mis ojos incrédulos observaban, y al borde de la histeria, entre la admiración y el miedo lance mi cuerpo, sin sentirlo a penas, a sus brazos, entonces desapareció y cien gritos retumbaron en mi cabeza, cerré los ojos.

Cerré los ojos. Mi cuerpo levitando sobre una cama de terciopelo se sostenía sin gravedad, me sentí como la proyección de un sueño, las ventanas se abrieron de golpe y entró el invierno, el viento, los gritos, el frío, el frío del asfalto, el frío de ese suelo sobre el que yacía mi cuerpo y vi a un verdadero desconocido ante mi preocupado, con el rostro desencajado, entonces extendí mi brazo pero mi mano nunca entró en contacto con su cuerpo, levante mi alma del suelo y me alejé caminando lento, dejando atrás aquellos rostros de desconcierto y mi cuerpo desangrándose en el suelo de esa calle sin final, con los dos ojos abiertos y clavados en el cielo.

Al fin llegué al horizonte. Ese mágico lugar. Indescriptible. Me enamoré de él, como nunca antes me había enamorado de nada, ni de nadie.

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